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92 LA PERLA DE LA HABANA Duró toda la misa... y luego mientras el rezo de Sexta y Nona y también el tiempo del desayuno, permaneciendo endiosada de rodillas, las manos juntas y los ojos cerra- dos. Si la tocaban se movía flexiblemente, pero nada sentía ni observaba en derredor...; mas al punto que la Madre formuló interiormente el mandato de cesar en aquel estado, vino en sí, como quien despierta de un sue- ño regalado y placidísimo. Todo aquel día estuvo más en el cielo que en la tierra; absorta en una contemplación ideal no acertaba á hacer nada... Reprendióla la Madre Maestra, diciéndole: «¿Pero qué clase de bobería es esa que tiene?» A lo que contestó ella dulcemente: «¡Ay, mi Maestra, parece que he pasado de la luz a las tinieblas!; como me ha dejado nuestra Madre tanto rato con esa bobería, la verdad que estoy hecha una tonta». Otro día el amor robó su alma para Jesús, de suerte que cayó extática antes del desayuno, y permaneció en aquel sublime estado hasta después de la colación... Vuelta en sí, creía ella que todavía estaban sin desayu- narse, (¡tan dulces y rápidas se le pasaron las horas de todo el día!), y al notar que la Madre permanecía junto a ella, díjole cariñosamente: «¡ Pobrecita Madre mía, vaya su Reverencia a desayunarse, vaya...!» ¡Qué agradables deben pasar las horas en coloquios de amores con Jesús! ¡Qué vida debe ser esa de consuma- ción del amor, en que el alma sólo busca a Cristo y con Cristo vive y se recrea! ¡Dichosas las almas que aun en el duro destierro de este valle ven tan alfombrado y bello el suelo que pisan!... ¡Dichosos los corazones que, per- didos en el de Jesús, sólo de su amor viven y en su amor gozan!... Nosotros, pobres mortales atascados en el ba- rro de las pasiones, no sabemos ni pensar ni sentir ese dulce manjar con que Dios hace tan plácidas las horas
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