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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 5 obscuro de forma de niña, pero muy modesto. La M. An- gustias enseguida la tomó mucho cariño y la acompaña- ba con frecuencia los días que tuvimos la dic hade tener- la en nuestra compañía. Parecióle muy buena y dice que se hacía querer de manera irresistible». Otra Sierva que estaba a su cuidado decía igualmente que María de los Angeles era un angelito. La discreta Sierva que formó de ella este concepto concuerda de todo en todo con el pare- cer de un P. Jesuíta que también la confesaba a veces en la Habana y que, escribiendo a la M. Abadesa de capu- chinas de Plasencia, decía estas memorables palabras: «Muy bien le viene a ella el nombre de María de los An- geles, porque lo llena; y añadía: es cosa grande, alma de oración y muy pura; siempre lo fué». Sor Florencia continúa su relación y dice: «Un día, hallándola sola paseando eu el jardín, me acerqué a ella la dije que, en caso de que una vez en el convento viera que s1 salud no podía soportar regla tan austera, no se volviese a casa, que antes viniese aquí, que con mucho gusto la recibiríamos. Ella mostró mucho agradecimien- to, pero me dijo que estaba segura que podría soportarlo todo, porque el Dios a quien se había entregado la daría la fuerza necesaria». ¿No podía suponerse en todos estos detalles de la fir- meza de su vocación alguna promesa secreta hecha por Jesús? Nos inclinamos a creerlo. Con razón añade la religiosa cuya relación transcribimos: «Mucho me gustó su respuesta. Habiéndola yo hablado, prosigue la rela- ción, de cierto libro espiritual, me contestó: que no que= ría leer ninguno más que lo que dispusiera la Madre del convento. Vi en ella un rendimiento de juicio nada co- mún. La conversación recayó en la felicidad de las reli- giosas de la vida oculta y del amor de Cristo. No sé 6

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