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58 LA PERLA DE LA HABANA pital de la Montaña. Angelita no olvidó un punto sus de- beres religiosos, y sus altas prendas dejaron gratísimos recuerdos en aquella Comunidad, donde tantas almas sirven a Dios en caridad y abnegación. Plácenos comprobar todo lo que aquí decimos con el testimonio fidedigno de las Hermanas que por entonces moraban en aquel edificio: Sor Ascensión Rodríguez y Sor Angeles Raya, que la trataron allí, dicen «que cuando entraba la Hermana a llamarla por la mañana ya la encontraba orando, con las manos en actitud angélica; y con mucha frecuencia se la veía en sus brazos la imagen del Santísimo Niño Jesús». Sor María Fernanda Iribarren y Sor Gabriela Pastor, sus compañeras de viaje, confesaron a sus Her- manas de Madrid que habían quedado grandemente edi- ficadas del comportamiento de Angelita a bordo, tan modesto y fervoroso. En el día que estuvo en Santander dejó edificadas a las Siervas de aquella ciudad, produ= ciendo entre ellas gratísima impresión». Sor Florencia de Jesús nos refiere su estancia en Ma- drid, a donde la trasladaron desde Santander. Dice así: «Aquí serían las nueve de la mañana cuando llegaron y me pareció una niña de 14 a 15 años (*). Sin duda por el cansancio del viaje tenía un aspecto de estar delicada y muy paradita, tanto que, de verla andar, dije: ¡ Pobrecita! pocas fuerzas tiene para capuchina. Luego, pasados algu- nos dias, ya cobró más fuerzas y mejor semblante. Era rubia con el pelo no muy claro, llevaba trenza colgando como las niñas, un sombrerito de paja y un traje azul (*) (1) Tenía ya más de 16. (%) Vistiólo para venirse a España, a pesar de su amor y prefe- rencia por el traje blanco. Reclamábalo así la diferencia de clima, de edad y otras cosas.

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