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56 LA PERLA DE LA HABANA que no sabían el tesoro que traían consigo, y que era un encanto verla asistir siempre con tanta devoción y piedad a todas las misas que se celebraban y a recibir con ellas todos los días la sagrada comunión» (*). TM Si fuésemos capaces de sentir como ella la majestad y grandeza del Señor, comprenderíamos aquellos arroba- mientos que ella experimentaba en aquella inmensidad de las aguas. Dios le deparó aun allí el consuelo de pro- digarse generosamente, porque las dos religiosas que la acompañaban cayeron enfermas del mal de mar. El que no haya pasado las agonías del mareo en alta mar no sabe lo que supone esta enfermedad... Las horas se ha- cen años, el humor se pierde por completo... El comer fastidia... El hablar molesta... El dormir es imposible... Sólo se apetece el aire de tierra... No hay remedio co- nocido para esta dolencia. Los médicos hanse reunido en Congresos sonados para dar una fórmula médica que libre al pasajero de esta terrible agonía, pero en vano. Ante la situación de las dos Hermanas, Angelita se convirtió en enfermera... Nada escatimó para aliviar su mal: solicitud, cariño, caridad... Era el ángel del con- suelo... Nunca olvidarán las afortunadas religiosas aque- lla angelical figura que, en traje de pureza, asistía a su cuidado en las amargas horas del mareo... Angelita fué un altar levantado a Dios, donde nunca faltó el sacrificio de holocausto, ofrecido y consumido por el fuego del di- vino amor y de la caridad con el prójimo... Sin embar- go el secreto de su alma se halla oculto todavía..... Su hermosura es toda interior, a pesar de que destella tan (t) Copia de D. Policarpo Barco, Penitenciario de Plasencia,

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