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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 55 Una vez en alta mar comenzó Angelita a hacer exa- men de conciencia de lo que llevaba consigo... Sus her- manas, en el natural afán de obsequiarla, habianla traí- do unos cuantos sombreros con flamantes plumas, embeleso de la juventud aristócrata. Ella escogió de en- tre varios el peor, de paja azul marino con algunas plu- mas de seda blanca, por ser su color favorito. Lo azul le predicaba el misterio de la Inmaculada, lo blanco le anunciaba la pureza y castidad. No podía prescindir de aceptar alguno de los sombreros. Decía, con sal inimita- ble, que con aquel sombrero parecía que traía un ¿nfler— nito en la cabeza. Compró, pues, un velo a una de las camareras del buque y se lo puso muy ufana y satisfecha por realizar tan a su gusto aquel acto de abnegación y pobreza, sobre todo para acudir a la santa misa y co- munión. Su cuñado Clemente, esposo de Candita, le regaló un reloj de «oro para que a través de los mares supiese la hora del día y de la noche, por tener ella tan reglamen- tado todo...; pero ella supo con gracia deshacerse de aquel lujoso regalo, entregándoselo a las Siervas de Ma- ría que la acompañaban, «por la caridad, decía, que tu- vieron en acompañarme». Nada de cuanto aceptó de sus hermanos, por no dis- gustarlos, conservó para sí... Nada le hacía falta para amar y consagrarse a Dios. Le sobraba todo teniendo a El. Las dos Siervas de María, compañeras de viaje, fue- ron testigos de la admirable conducta de Angelita a través de la mar. La relación de que tomanos este apun-= te, dice: «Esas religiosas quedaron grandemente edifi- cadas del comportamiento de Angelita a bordo, tan mo- desto, humilde y fervoroso, y ellas mismas han asegurado “ 3 Ñ Ñ o 3 Ml Ml 14 y q A y 4

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