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52 LA PERLA DE LA HABANA familia y de su Patria, habiendo de dejar aquel suelo donde la mecieron los ángeles y le sonrieron todas las gracias..., quiso declarar que ya estaba muerta... ¡Oh muerte gloriosa, que das vida tan fecunda y admirable a las almas! El Sr. Obispo conmovióse, como no pudo menos, ante la actitud de tan extraordinaria criatura y dejó rodar por sus mejillas gruesas lágrimas de ternura. A las nueveen punto subían al ”Montevideo”, buque que debía conducirla a España... Jamás aquel monstruo de los mares, jamás aquel vapor transportó joya tan singu- lar, ni tesoro de más valor, ¡Oh si pudiesen hablar los ángeles del cielo para declarar la rica mercancía que se embarcaba! Qué valen las históricas galeras que de luen- gas tierras de la India nos traían el oro de los mineros! ¡Qué valen las veloces y ligerísimas carabelas que en los siglos xv1 y xvu cruzaban las aguas del Atlántico y del Pacífico, henchidas de valiosos metales de aquellas Américas! Verdaderamente podían aplicarse aquí las palabras de los Proverbios (t): Procul de ultimis finibus pretium ejus... Su valor y precio es de lo último y más subido. Acomodáronse las dos religiosas y la joven Angelita en el buque (*), en 1.* clase como correspondía a la posición de ésta, y se despidieron de los que quedaban en el vapor- cito que las llevó hasta el estribor del Montevideo”. Angelita contemplaba las caras llorosas de los su- yos con esa mirada profunda, convencida de que ya no las miraria más... «Hasta el cielo», había dicho a Adela (1) Prov. 81. (2), Aunque las religiosas llevaban billetes de 2.* clase, D. Cle- mente, cuñado de Angelita, les pagó de 1.* para que acompañasen a nuestra biografiada.

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