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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 51 cantarla al piano, pero que ninguna de sus hermanas quiso tocarla, y tuvo que cantarla ella sola. Lloraban no sólo su familia, sino todos los criados de la casa, de tal modo que nadie pudo comer aquel día. (*) No era de extrañar aquel dolor de los suyos... creían perder un verdadero angel, obediente, amable...; ni tam- poco era extraño que lloraran los criados y domésticos, pues, según declaraba su hermana mayor D.* Candelaria, «era tan humilde (Angelita), que aun a sus propios sir- vientes llamaba hermanos, ayudándoles en sus faenas; y cuando la cocinera, por su trabajo, no le alcanzaba el tiempo para hacer la lectura espiritual, ella se la hacía muy gustosa, pues así se le presentaba oportunidad de ejercitar la caridad» (*). Por lo cual no es de admirar que fuese amada de todos los domésticos, que en aquella coyuntura llorasen y sintiesen su partida para España. Ella sola se alegraba; ella sola sentía un tan hondo gozo, que no sabía más que dar gracias a Dios. Deseaba tener alas para volar y descansar en el amado retiro de su con- vento de Plasencia. A eso de las doce saldría de la casa paterna acom- pañada de sus hermanos y hermanas... En el muelle la esperaba el Sr. Obispo para darle su última bendición... Ella misma se adelantó a pedírsela como un sello que debía poner a la obra de su dirección. Pero no contenta Angelita con aquella bendición, llena de Dios y aborre- ciendo profundamente la vanidad del siglo, deseando vivir muerta al mundo y para el mundo, solicitó de su digno Pastor no una bendición nueva, sino un responso... Que- ría aparecer muerta desde aquella hora; ya lo estaba en su corazón, pero habiendo de apartarse de la vista de su (1) Relación de Sor Perseverancia, en el manuscrito citado. 2) Carta del 15 de Mayo de 1906. ——— A A | 4 1

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