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46 LA PERLA DE LA HABANA puede considerar su Reverencia lo que sufriría hallán- dome fuera de mi centro, hasta que quiso el buen Jesús que diera con mi amado P., el señor obispo D. Manuel Santander, al cual comuniqué mis sentimientos y él me habló de vuestra venerable Comunidad. Yo recibí la idea con el mayor placer, tanto más cuanto que es voluntad de este mi buen Padre a quien tanto debo por el interés que por mí se toma inmerecidamente. Yo sé la vida de penitencia que llevan ustedes y, aun- que por mí nada puedo, mis deseos son muy grandes y el poder de Dios inmenso para hacer de mí una perfecta religiosa. Ahora, querida Madre, después de Dios tiene su Re- verencia mi suerte entre sus manos. Yo confio muchí- simo en la bondad de su Reverencia; ¿quedaré confun- dida? A la fecha cuento diez y seis años y gozo, gracias a Dios, de muy buena salud. Yo quisiera, querida Madre, expresarle tan profun- damente lo que pasa por mi corazón, ¡y en fin, tanto, tanto... que no cabe aquí! Espero que esto lo hurá por mi el dulce Jesús... y El será el que hable en favor mio a su buen corazón, pues esta su humilde sierva no aspira ni puede aspirar a mayor bien que ser toda de Jesús. Espero, Madre, por caridad, que su Reverencia me conteste en cuanto le sea posible y que su respuesta sea como un rayo de luz que venga a iluminar mi alma... Entre tanto quedo encomendándola al Señor. Saludo a todas las hermanas y, pidiéndole su bendi-= ción, queda a los pies de V. R. su indigna hija, Angela Castro de la Torre. Habana, 4-2-99.» Sublime carta para una niña de tan cortos años. ¡A

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