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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 45 llos dos corazones la fusión de dos amores en un solo amor. Quien pudiese ver a la dulce Angelita en las horas de sus tiernas comunicaciones creería sorprender por aque- llos sus dos ojos, como por dos balcones, el cielo de su espiritu, diáfano y transparente... Cielo que nunca se había empañado con la más tenue nubecilla de falta o pecado consciente. u Ya veo impacientes a mis lectores por contemplar este rico clavel, criado en la maceta de la Eucaristía, trasplantado a los espléndidos jardines de la religión ca- puchina, donde se verá oreado por las finas y sutiles bri- sas de gracias y privilegios extraordinarios. Flor de majestática elegancia por su posición, de ri- quísimos perfumes por su virtud, busca el sol de Dios en el claustro humilde y pobrísimo de las capuchinitas de Plasencia. Leamos la carta que ella misma escribió a la Madre Abadesa solicitando el ingreso. Dice así: «JHS.=A. M. D. G.=Rvda. M. Superiora del Con- vento de las Capuchinas. El Divino Corazón de nuestro Salvador more en su alma, mi muy Rvda. y amada Madre . Mi Rvda. Madre: Aunque no tengo el honor de cono- cerla me voy a tomar la libertad de dirigirle estas líneas suplicándole las acoja favorablemente. Hace ya dos años, mi buena Madre, que el Señor se dignó tocarme el corazón, haciendo que no latiera más que en El y para El, La Orden seráfica del P. S. Francisco fué la que escogí, o mejor dicho, a la que me siento llamada, y creo que es esta la voluntad de Dios. En estos dos años
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