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| ' Ñ 40 LA PERLA DE LA HABANA de aquí conservaron el suyo; eran las tres muy devo- tas de El, al que tenían siempre muy adornado y había muchas personas que las llamaban las muchachas del Niño Jesús». Bello calificativo a fe... sobre todo tratándose de jóve- nes que se sentían con vocación para empresa tan grande. ¡Qué contraste entre aquellas tres virtuosísimas herma- nas muchochas del Niño Jesús y tantas otras jóvenes mundanas muchachas de la vanidad! No es indispensable que en todas las que hayan de ser religiosas deban existir estas tan marcadas señales de vocación. Hartas jóvenes hemos conocido que sin seña- les exteriores de ningún linaje guardaban en su alma el tesoro de la vocación y aun trataban de disimularla con aparentes demostraciones de amor al siglo. Es que bajo el temor de ser impedidas, si a deshora se revelaba su secreto, procuraban cubrirlo con el manto de una vida exterior, si no pecaminosa o envuelta en peligros, por lo menos muy secular y aparatosa. No debemos definir en este escrito la conveniencia o no conveniencia de tales disimulaciones. Un prudente director sabrá determinar la conducta que en cada una, miradas todas las circuns- cias, debe observarse. Ni es preciso que la vocación alboree desde la infan= cia y se dibuje en los primeros abriles de la vida. No es raro resolverse a vida claustral en la víspera misma de los dulces himeneos, cuando parecía que la ilusión debía tener atada y cautiva toda la atención del alma. La hora de Dios suena en cualquier tiempo! Pero cuando el Señor se digna acentuar su gracia de modo tan visible, como en el caso de Angelita, sólo resta llevar a.cabo el generoso impulso de la vocación.

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