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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 37 pura, oculta y altisima, buscó un convento donde dar pábulo a unas tan soberanas aspiraciones. Tiempo hacía que Angelita tenía resuelto hacer el sa- crificio de todo, pero, amantísima de ocultar sus interio- ridades, callaba su intento. Lo mismo su hermana ma- yor D.* Candelaria que sus hermanas religiosas testifican que era «roservadisima», tanto en sus ejercicios piadosos como en esto de la vocación. Su hermana mayor, con quien vivía, dice: «Aunque le repito que ella no comuni- caba a nadie de la familia sobre su vocación, se le notaba algo, y desde los 13 años o 14 no vivió si no para Dios; y puedo asegurar que observaba un plan de vida muy rí- gido, pues tenía marcadas las horas de trabajo, silencio, etcétera; no hablaba nunca a menos que no fuera inte- rrogada y sólo para hablar de Dios y cosas celestiales. Su espíritu de mortificación y sufrimiento mostraba una completa unión con Dios...» (*). ¿Esta grandeza de alma no probaba bastante su vocación? Pero dejemos continuar a D.* Candelaria, testigo ex- cepcional de su vida. «En la obediencia fué siempre modelo, estaba perfec- tamente sometida a mi voluntad, haciendo siempre lo que creía de mi agrado.» Alma de este temple a tan corta edad bien daba a en- tender lo que podía ser al ser trasplantada a un convento, como a mejor terreno y clima más apropiado a desenvol- vimientos de un corazón lleno de fe y de amor al sacrificio y abnegación. Que era llamada para tan alto fin se decla- raba de mil maneras. Lo mismo en el vestido que usaba que en la vida que hacía y en la alegría que mostró cuan- do su hermana Adela se fué a los Estados Unidos a tomar el velo de adoratriz de la Preciosa Sangre. | | i | 1 () Carta al P. Julián Yagúe.

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