BCCPAM000R09-1-20000000000000

SOR MARÍA ANA DE JESÚS 35 señanza dogmática para proceder con seguro acierto en la cuestión de la vocación, y por eso repetimos, una vez más, que la vocación no es sólo del hombre ni es sólo de Dios; la gracia y la voluntad deben proceder, hermana- das, por aquel camino que sea más acomodado a la con- secución de su último fin, por medio del cumplimiento de los respectivos deberes. La gracia de la vocación fa- cilita los caminos del deber, siquiera el estado que a im- pulsos de ella se abrace sea más penoso y duro. La gra- cia eleva la naturaleza, ennobleciéndola. La vida interior de quien aspira a la virtud cristiana y religiosa, aunque se vea elevada sobre la naturaleza, muévese, no obstan= te, conforme a las leyes que el Autor de la vida de la gracia estableció para la naturaleza humana, en cuanto es igualmente Autor de ambas (*). Habiendo Dios unido y armonizado dos órdenes, natural y sobrenatural, en cada uno de nosotros, la vocación depende de esa armou-= nía y orden. Por eso se expone a paligro de perderse el que equivoca la vocación o no la quiere seguir. Decimos esto a propósito del asunto que tenemos pro - metido en este capítulo. Il Indudablemente parecería bien extraño a quien des- conociese las trazas de Dios que una joven, todavía niña casi, como lo era Angelita, dejase la casa de sus padres, su patria misma y el sol de sus campos queridísimos para | | | venir a encerrarse en un convento de capuchinas de Es- paña. Pero ved ahí un efecto de su vocación. Desde que hizo su primera comunión se sentía toda transformada. Tan llena vivía de Cristo que al recorrer su calvario lloraba amargamente... Ya de antes recibía A (1) Oseas XI, 4. sq LA AS

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz