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26 LA PERLA DE LA HABANA bol, le es preciso cultivarlo y cuidarlo, a fin de que, en su tiempo, produzca flores y frutos regalados. Si la in- fancia se cría torcidamente, todas las fuerzas humanas no eamendarían los vicios de su deformación moral. HI Sin embargo podemos decir, como Fenelón en un tiempo: «La educación de las jóvenes es la materia me- nos atendida entre nosotros y abandonada con más fre- cuencia a la rutina y al capricho» (*). Por de contado la educación de las jóvenes viene después de la que se da a las niñas... ¡Cuántos maestros! ¡Cuántos colegios! ¡Cuán- to se ha gastado en libros, en investigaciones y observa- ciones de la ciencia en los diferentes métodos para ense- ñar idiomas y en la elección de profesores! Sin embargo en toda esa serie de preparativos hállase más apariencia que solidez; pero hay que confesar que todo eso indica la idea que se tiene formada de la educación de las ni- ñas. Es cierto, no deben entrar en la gobernación de los Estados ni están llamadas a hacer las guerras ni ejercer deben los ministerios santos..., pero ¡la educación no so- lamente se endereza a eso. La educación debe realizar en las conciencias lo que la virtud de la naturaleza obra en el seno donde se depositó la rica simiente. La educa- ción no es sólo para formar sabios o políticos o guerre- ros o industriales... La educación es, sobre todo, para formar seres completos..., buenas esposas, buenas hijas, buenas cristianas. En la vida no solamente hay deberes que cumplir, hay también obligaciones que constituyen el fundamento de toda la vida humana. La mujer discre- ta, laboriosa y empapada en la religión es el alma de la (*) La educación de las jóvenes, cap. I.

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