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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 25 Dar a la materia la fuerza del vigor educativo y des- cuidar la formación del espíritu es sembrar la anarquía de la vida dentro de una organización propensa a la maldad. No se llorará bastante la deficiencia de estos cuidados ni se podrá calcular el alcance de la mala edu- cación en el curso de la vida. Las madres cristianas son las educadoras mejores. Silvio Pellico dijo, con profunda verdad: «Todos los hombres grandes y virtuosos han tenido madres virtuo- sas». La fervorosa madre de San Atanasio dijo un día: «Yo quiero, con el auxilio del Señor, hacer de mi hijo único el hombre de la Iglesia»; y lo consiguió. Santa Nona, madre de San Gregorio Nacianceno, apenas na- ció el niño le ofreció a Dios con el mayor fervor y, llena de fe, y como inspirada de lo alto, puso en sus maneci= tas la santa Escritura... Andando el tiempo S. Gregorio Nacianceno fué uno de los más grandes exégetas bibli- cos... Desde los primeros años le inspiró su santa madre dos cosas: el mayor horror al pecado y el mayor amor a la pureza... Así hizo de, él un ángel y un doctor de la Iglesia. Parece ser incumbencia de la madre más que del pa- dre la formación moral de los hijos. Matris munus. El niño está en manos de la madre como el barro en las del alfarero; puede hacer de él un vaso de honor o de deshonor. Y como el barro elabórase mientras está tier= no, de la misma suerte el corazón y el espiritu de la in- fancia debe modelarse y formarse en la tierna edad de sus primeros albores... La madre cristiana debe conside- rar que al nacerle un hijo le dice el Señor, como Faraón a la madre de Moisés: «Toma este niño, críamelo; yo te daré la paga» (*). Al labrador no le basta plantar el ár- () Exodo, 117.

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