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CAPITULO IV FLORES Y FRUTOS DE LA EDUCACION La importancia educativa. Funestas direcciones. El hogar de Angelita. Su educación. Sus directores. I La formación espiritual de las conciencias depende, en mucha parte, de la educación recibida en los albores de la vida. Los cortos años habilitan el espíritu para las im- presiones de la gracia... Las dulces sonrisas de la ma- dre, las tiernas caricias de la familia influyen en el co- razón infantil tan poderosamente que bien se puede afirmar que, generalmente, la infancia es la flor de la juventud y que los hijos seguirán, cuando mayores, la senda y el cauce que se estrenó siendo pequeños. La paternidad es un sacerdocio del hogar, y Dios ha puesto en sus manos las simientes de la virtud de los hi- jos, como depositó en ellos los gérmenes de la vida natu- ral. Los padres de los cuerpos deben mirar desde muy temprano la condición de las almas que Dios envía a in- formar aquellos organismos físicos. El hombre se dibuja en la niñez, se desenvuelve, sobre las mismas líneas, en la juventud y se completa en la madurez... Ser padres quiere decir ser educadores... El hogar que sólo se com- place en el desarrollo físico es un hogar imperfecto y hasta peligroso.

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