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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 21 un testimonio bien firme en una carta de la Superiora de aquella casa de educación, en la que nos dice que An- gelita se mostró siempre ferviente, humilde y obedien- tísima. Con aquel caudad de virtud se acercó a la primera comunión con un espiritu tan puro, casto y encendido que la Hostia de los altares debió volar a su pecho como enamorado amante al castísimo seno de su amada ena- morada. No habia salido todavia el Decreto Quam sin- gulari, en el que Pío X autoriza la comunión en edad más temprana. Indudablemente el corazón de Angelita anhelaba, hacia mucho tiempo, por que llegase el ins- tante de la comunión; no pudo realizar sus deseos, pero, en acercándose la hora, puso su boca para recibir al Se- ñor, con una sed devoradora, en aquella fuente sacra- mental. Veía en Jesús Hostia la felicidad de la tierra... Sus ojos brillaban cuando se ponía delante de un taber=- náculo donde se exponía el Señor, y de su pecho brota= ba, como aliento de huracán, un suspiro, que podía sig- nificar la inquietud con que esperaba su venida. Su carita de cera, moldeada con exquisita corrección hasta en sus últimos perfiles, se encendía como grana con el fuego del amor eucarístico... Cuando de hecho tuvo la dicha de posarle en su corazón, Jesús se ofreció a ella como en herencia mística... Su pecho parecía un joyel de nácar, todo su cuerpo era un relicario en donde se encerraba, cautivo o prisionero voluntario, el Dios de la Eucaristía. Durante mi examen sobre su espíritu y vi- da, cuando aun moraba en el convento de Plasencia, me convenció de que desde aquella su primera comunión ja- más abandonó la Hostia aquel rico relicario... Las For- mas eucaristicas se conservaban íntegras y sin consu= mirse en su pecho de una comunión a la otra... Esto,
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