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18 LA PERLA DE LA HABANA celestiales. Nació para la virtud y la virtud se acoplaba en ella como un anillo de rubíes en los dedos alabastri- nos de una princesa. Dorados débilmente eran sus ca- bellos, zarcos los ojos y nívea la cara; la voz cristalina, armoniosa, como el golpecito sonoro que hacen las gotas de rocio o las perlas de un collar al desprenderse unas sobre otras. Sus palabras eran puras, dulces y su ade- mán gentil y brioso como el cimbrearse de una linda palmera de los campos de su patria. Cuando soltaba el manso arroyo de su charla infantil, de sus labios caían gracias en forma de palabras. Era una perla viviente La PERLA DE La HABANA..... ¡ Y cómo brillará en la corona inmortal del Rey de las almas! Este que se complace en perfumar el jardín de sus delicias con aromas de flores que se abren al sol de la Eucaristía puso en el corazón de la niña Angelita un atractivo irresistible hacia los grandes misterios del altar.... ¡Y quién podrá decir cómo reverberaba aquella perlita al contacto suave del sol sa- cramental! Aquella plantita nacida en lo más culto de la sociedad de la Habana jamás inclinó su tallo a] empuje de las ráfagas del mundo, que lo airearon sin quebrarlo. Su virtud de cortos años era madurez perfecta..... Es que Dios recogió esa perla y la guardó en su corazón: recogió esa florecilla eucarística en plena savia, cuando la vida se le hubiera abierto de par en par fácil, opulen- ta, seductora..... Pero la vida, con todo el encanto de sus mejores atractivos, supo ella sacrificar, y presentar al Señor su pecho, puro, fino como luz de estrellas y ar- diente como el sol cubano, a los nueve años en que veri- ficó su primera comunión. (26 de mayo de 1891.) Veamos los testimonios que nos hacen juzgar de este modo. Y permitasenos echar mano de una carta de doña Candelaria Castro de Batista, hermana de la sierva de

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