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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 11 to de 1898. España renunciaba a todos los derechos sobre la isla de Cuba, sin que fuese fijada, definitivamente, su suerte. Puerto Rico y las otras Antillas se cedían a Nor- te América, sencillamente a cambio de una indemniza- ción de 20 millones de dollars, que nos daria Estados Unidos dentro de los tres meses siguientes a la ratifica— ción definitiva. Esto se firmó en París por Montero Ríos y quedamos sin las hermosas perlas de nuestro poderío colonial. La cubanita ya no sería española, pero la Pro- videncia tuvo buen acuerdo regalándonos esta rica PEr- LA DE La Habana, que valía por todas las Antillas, cuando éstas se desprendían de la corona del rey de España. II Podemos discutir las causas y razones que se han aducido para justificar la insurrección cubana, pero no es del caso demorar en minucias. Sólo diremos que es falso lo de los tres siglos de esclavitud. Los buscadores de oro, que fueron tras de los buscadores de almas, po- dían cometer sus excesos, podían deshonrarse; pero la nación española no podía asumir la responsabilidad de actos individuales. Para comprender el régimen de España en aquellas colonias es preciso recordar que Isabel, Fernando, Car- los V y Felipe H emplearon todo su poder en proteger la libertad y procurar la cultura de los indigenas. Véan- se las recopilaciones de las Leyes de Indias y las prag- máticas del Buen tratamiento de Indios. No era, pues, culpa de las leyes, sino del aurí sacra fames, lo que ha- cía cometer los excesos que se imputan al régimen co- lonial de España. Podemos acoplar testimonios feha- cientes acerca de la superioridad de nuestro sistema de

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