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10 LA PERLA DE LA HABANA los cuatro virreinatos, que eran el de Méjico, el de Nue- "'ú y el de Buenos Aires, y las cin- “a Granada, el de P co capitanías generales de Guatemala, Chile, Caracas, Puerto Rico y la Habana. De suerte que a fines del si- glo xyu eran de! dominio español Méjico, Guatemala, Monduras, S. Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Colom- bia, Nueva Granada, Venezueia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, ¿ reunirían entonces 16.785.000 de habitantes, cifra que 'gentina, Paraguay y Uruguay, que, en junto, hoy llega a 75 millones; pero, por desgracia, no son espa —' ñoles. Nos quedaba todavía la patria de Sor María Anita» la mayor de las Antillas, y española se creía ella siempre, a pesar de ser cubanita. Cuando la conquista de los cua tro derechos cubanos les lanzó a la guerra contra la ma- dre patria en 1868, todavia no habia nacido Angelita. Diez años duró aquella primera jornada, que acabó, como Dios sabe, Martinez Campos; pero luego se echaron otra vez al campo, so pretexto de que los españoles se empe- car de la colonia excesivos beneficios. En efec” wña del suelo cubano cerca de 150 mi- ñaban a s: to, reportaría Esj llones de pesetas al año; y vino la segunda guerra, que estalló en 1895, como cuestión de vida y muerte, tanto para los unos como para los otros. Renunciara Cuba no podíamos ni debíamos. Podía considerarse su posesión como una carga enorme, pero también era una pérdida inmensa el despojarnos de tan rica Antilla. Vino la in- tervención norteamericana y Cuba dejó de ser nuestra. Tres armadas y tres generales, Campos, Weyler y Blanco, lucharon contra los insurrectos, mandados por Máximo Gómez y Maceo, quienes pudieron resistirnos hasta la meditada intervención yanki, gracias a los sub- sidios extranjeros. España firmó una paz deshonrosa tras los preliminares cambiados en París el 12 de agos-

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