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8 LA PERLA DE LA HABANA los ángeles envidiar pudiesen, el espíritu de aquella cu- banita, que será conocida con el dulce nombre de Ange- lita Castro. Alejandro Dumas profanó este nombre con su drama de cinco actos Angele ou l* Echelle des femenes, que llamó la atención a pesar de sus inverosimilitudes y de las fanfarronadas del personaje principal, Alfredo de d'Alvimar; pero también lo vemos glorificado por Santa Angela Corbare, fundadora de religiosas claustrales de las terciarias franciscanas en el siglo xv, y por Sta. An- gela Merici que, bajo el patrocinio de Sta. Ursula, fundó en el siglo xv1 la asociación de señoras con votos para la instrucción de jóvenes y que hoy se llaman ursulinas. Seguramente que más de una vez acarició a nuestra jo- ven el recuerdo de su nombre de Angelita. Debía serlo, y lo propuso muy en su corazón, y los hechos que na- rraremos se encargarán de comprobarlo. Es una santa cuyo amor seráfico corre parejas con el de los ángeles en ardor y pureza. HI No adelantemos, empero, los sucesos. Fijémonos en la patria de Angelita para presentar mejor el cuadro de sus virtudes dentro de un marcu tan poético y enamo- rante como el que nos ofrece la perla de las Antillas. Cristóbal Colón, a quien Dios hizo presente la extensión de nuevos mundos, después de una vida errante de 18 años por las cortes de Génova, Venecia, Francia e In- glaterra, después de haber sido reputado como loco y aventurero en las cortes de Europa, tocó a la puerta de Castilla, donde un fraile y una reina, más providencial que histórica, más santa que gobernante, entendieron al gran aventurero y soñaron con él en el descubrimiento de nuevas tierras del mar tenebroso. Y en efecto, el ge-
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