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CAPITULO ll ALBORES DE LUZ La cubanita. Su nombre. Su patria. España. Guerras. Régimen colonial. Causas. Auroras y esperanzas. Nos asradecerá seguramente nuestra joven biogra- fiada que empecemos por llamarla cubanita antes de presentarla como capuchina. Bajo un cielo de oro y azul, entre una vegetación tropical de lujuriante verdor, colo- có la divina Providencia la cuna de Sor María Ana. Bellezas y armonías rodearon sus primeros pasos. El canto de las aves trinadoras y el ruido de olas espuman- tes y de blancas gaviotas arrullaron la cuna de la sierva de Dios. La luz d» Cuba parece cernida de un sol nuevo y de un esplendor más vivo. El calor de aquella zona hervida caldeó la frente pura y tersa de una niña que, al venir al mundo, recibió el nombre de Angelita. Así se llamaba en el siglo la sierva de Dios. El nombre es un simbolo. Parece inventado sabiamente para designara aquella criatura más celestial que humana. Tenía de los ángeles la inocencia y la gracia. Los que Memliny pin- taba con sus instrumentos músicos y Fr. Angélico re- producía con sendos violines y tambores envidiarian, si
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