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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 217 do certidumbre de ser todo eso de Dios, ¿cómo puede alegrarse de que no le crean?... Una alma buena, ¿pue- de recrearse de que Dios no sea creido?...» Pidióme la bendición para contestar a la pregunta y, obtenida, dijo: «Cierta estoy de que es de Dios, pero como no es de fe no faltan contra; ella no creyéndolo como de Dios, y a mí me dan motivo de humillarme como merezco». La clara visión de la realidad dogmática y la luz de su cultivado talento daba a la fe con que obraba mayor re- alce, si cabe decirlo así... Si tuviera que dibujar su fiso- nomía psicológica, diría que era la fe viviendo en perso- na y moviendo todas las facultades y sentidos de ella. Los Santos, por medio de la intensidad de esta virtud que se desborda en toda su vida, son la contradicción del siglo, que es opuesto a todo orden sobrenatural... El Concilio Vaticano tuvo que hacer la siguiente declara- ción: «Por medio del racionalismo o del naturalismo, este- gran enemigo de la religión sobrenatural, el espiritu de la época trata de arrojar a Cristo de los corazones, y de la vida de las costumbres de los pueblos para esta- blecer un supuesto reino de la naturaleza y de la ra- zón» ('). Podemos añadir con el mismo documento con- ciliar que, desgraciadamente, esa doctrina condenada por la Iglesia, ha apartado a muchos católicos del ca- mino del verdadero temor de Dios. Sucede que debilitan las verdades de la Revelación, causan daño al espíritu católico y admiten doctrinas que les son enteramente ex- trañas. Confunden la naturaleza y la gracia, mezclan la ciencia humana y la fe divina, desfiguran el verdadero sentido de las doctrinas reveladas y ponen así en peli- (*) Conel. Vat, Const de fide cathol. in trad.

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