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A A LA 2 DA A ODA psi " Mi o A CA 216 LA PERLA DE LA HABANA plegarias y la cantidad de sus genuflexiones, como de aquellas otras que se imaginan ser tanto más agradables a Dios cuanto más se mezclan en todo, perdiendo todo recogimiento y todo vigor para la oración. Cuando el pensamiento está menos sometido al imperio de la fe, el amor propio y el orgullo fomentan en el alma abundan- tes y funestas ilusiones... Y como un error sale, natural- mente, de otro, pronto la lógica oculta lleva a las almas a una caída segura... Y es preciso declarar aqui que no pocas almas caen en este mal, aun sin darse cuenta, por- que la fuerza de las cosas y de las ideas las conduce a ello, una vez puestas en el camino del error, por un paso que tal vez parecía en un principio enteramente inofen- sivo.. Por eso, para conservar la pureza de la doctrina y de la conducta, es preciso desconfiar de la razón privada, sobre todo en las elevadas sendas de la perfección... La obediencia es la salvaguardia..., es la custodia de la fe: Quí vos audit me audit. Por eso declaraba uno de sus directores en un informe al Prelado: «En cuanto me ha dicho no he oído cosa opuesta a nuestros santos dogmas». (*). Podemos añadir aquí que todo ¡o que de ella apren- dimos era altamente conforme a la fe. Para terminar este capítulo detallaremos una contes- tación que nos dió cuando examinamos su espíritu: Sufría a la sazón bastante y llevaba fama de ser obje- to de gracias extraordinarias... Manifestóme que ella se alegraba de que ciertos sujetos no creyesen lo que se veía precisada a declarar... Dijome que estaba segura de que cuanto la ocurría carecia de engaño, y que era Dios mis- mo quien se le declaraba tan magnífico... Ocurrióseme una objeción, que se la expuse de esta manera: «Tenien- (9 P. Yagúe informe citado,

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