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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 211 y a los demás. De aquí esa amargura y opresora in- quietud con respecto. a una falta cometida, inquietud que con tanta facilidad se confunde con el arrepentimiento. De aquí esa exageración en las acciones, esa deses- peración por no poder jamás mejorarse (*). Nuestra humilde Sor María Ana, atenta a la enseñanza de la fe, creía firmemente que todo lo podia en Aquel que la confortaba, y cuando el enemigo le ponía delante sus faltas contra sus grandes votos practicados desde niña sin desmayar, resolvia cumplirlos mejor y con entero abandono en Dios. Claro es, que tenía por brújula la san- ta obediencia. Sin embargo, cuando niña, y confesándo- se con el P. Escudero en la Habana, no alcanzaba la ne- cesidad de manifestarle todas las grandes mercedes que el Señor le hacía. Siendo naturalmente reservada, y cos- tándole tanto manifestar sus dones, incurrió, como de- cimos, en esa falta espiritual de ocultar por algún tiempo las gracias extraordinarias con que el Señor la favorecia; pero como añadimos también, no creía entonces faltar callándose aquellas bobadas, como graciosamente decía ella... El enemigo quisola inquietar mucho después con este motivo, pero no consiguió su objeto, pues ella, mejor adiestrada en ¡os caminos del cielo, comunicó sus reparos con el Director, quedándose burlado el cruel enemigo. Aquella palabra de Jesucristo quí vos audit me audit, «el que os escucha me escucha», tuvo para Sor María Ana todo el poder de un acto de fe, y acudía a la dirección como si acudiese al mismo Jesueristo. La fe mantenía en ella aquella dulce generosidad, or- namento de las demás virtudes (*) y que sólo se propone () Weiss. «Ejercicio propio del espíritu.» (E) 8. Tomás, 1-2 q. 66 2.4 ad 3: 2. q. 129 4 and 3.

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