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A == TR ES AENA 210 LA PERLA DE LA HABANA Unicamente los actos de fe en la verdad de Cristo, y la protestación de no querer más que lo que Dios quería, añanzaba y aseguraba su alma en tan vehementes y re- petidos casos. Sobre todo, le sugerían los demonios dis- frazados de ángeles buenos, que era gran orgullo preten- der amar a Dios como ella deseaba; que eso quedaba para las almas muy selectas y que ella sólo a título de presunción podía aspirar a un amor tan puro y acendra- do... Pero la Sierva de Dios conocía por la fe las malas artes del enemigo y procuraba no decaer en sus aspira- ciones de ser «una gran santa con el favor de Dios...» Las almas que carecen de este vigor de fe y de esta luz celestial, temen, con efecto, faltar a la humildad si abrigan y alimentan tales sentimientos conociendo su ruindad y pequeñez. Existe una humildad de esta espe- cie, o para hablar con más exactitud, existe cierta co- bardía y cierta pereza, que prócura su justificación apro- piándose falsamente el nombre de humildad... Hay también cierta ambición y orgullo, que todo lo quisiera hacer por sí solo, casi prescindiendo de Dios y de los hombres... Los que se sienten atacados de este mal, como ven diariamenteel poco valor personal de símismos, caen en el abatimiento, pierden el valor y cometen un segundo error al considerar este castigo de su presunción como virtud de humildad... Pero es difícil darse cuénta de que este sentimiento no es humildad, sino precisamente lo contrario (*). En realidad no es otra cosa que el despecho del amor propio que no puede tolerar que se haya co- rrespondido tan mal a sus magníficas promesas y a sus grandes designios, o también la vergúenza de la propia debilidad que uno hubiera querido ocultarla a sí mismo (1) £. Thom., 2 22. q. 123. Rodríguez 2. 3,10.

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