BCCPAM000R09-1-20000000000000

SOR MARÍA ANA DE JESÚS 209 la acompañaba y cerraba los ojos por la noche para que durmiera (*). Cuando más tarde, a los once años, rehusó entregar la mano al joven que se la pedía, tuvo que rea- lizar un acto vivísimo de fe prodigiosa para no temer las iras de su padre natural. Ella se encomendó a un Cristo que tenía en casa y el crucifijo la habló tres veces, pro- metiéndole ella fidelidad y él protección. Lo que aquel corazón de fuego deseaba realizar por Jesucristo, no esdecible... La fe nos pide solidez en to- das las virtudes que nos interesan. Poco importa que hagamos mucho o poco; basta con que hagamos lo que podamos y debamos. Lo importante es que todo esté animado de fe viva y del deseo de la gloria de Dios... Por eso la ilustre joven, a pesar de sus deseos, tuvo que com- primirse como Sta. Teresa, cuando trató de irse a Ma- rruecos y fué sorprendida por su tío y reducida al hogar paterno... La fe le había inspirado vehementes deseos, pero su deber y su condición la obligaron a ceñirlos a una vida cristiana, aunque extraordinaria y oculta. Si lo que tiene valor a los ojos de Dios es el hombre interior del corazón (*), según S. Pedro, nuestra humilde capuchina, aun antes de serlo, merecía lo que merecieron los már= tires de la fe. Hacíalo todo con ese espíritu de presencia divina, reconociendo en su corazón una disposición cons= tante a vivir de la fe, y sólo de la fe. Ella la sostenía en las luchas durísimas que desde los cuatro años tuvo que soportar contra el enemigo, que se le aparecía corporalmente, unas veces para herirla y mortificarla, otras como ángel de luz para apartarla de los ejercicios que practicaba, muchas en figuras de san- tos para intranquilizar su conciencia... (*) Fechas notabilísimas, pág. 2. (2) Petr., lll-4,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz