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LA PERLA DE LA HABANA mal entró en clausura y libre de ligaduras corrió al encuentro de Sor María Ana, entreteniéndose en la= merle las manos... No había medio de apartarlo de ella... La sencilla monja, con esa ingenuidad propia de Santos, díjole: «Como estamos en tiempo pascual te lla- maremos Pascualito, ¿sabes?» El animalito oyó atento lo que la monjita ordenaba, y, en acabando, inclinó la ca- becita... Era cosa de recordar los episodios del seráfico Padre con el famoso corderito de la Porciúncula. Como efecto de la ingenuidad y diafanidad de su espí- ritu, podía el Director gobernarla con suma facilidad, y ella agradecía siempre las resoluciones de la dirección y hasta parece prefería obedecer a la autoridad antes que al mismo suavísimo Jesús que le hablaba. Durante la cuenta de conciencia del 29 de enero de 1901, tenía al Niño Jesús en una colchita, atadito a una tablilla para asegurarlo mejor... cogióle en brazos, y el Niño dijole que «lo desatara», a lo cual ella contestó: «que no podía hacerlo sin permiso de la obediencia». En. tonces el Santisimo Niño desatóse con la mayor 'cele= ridad, tiró al suelo las ligaduras y la colchita y quedósele en brazos, solo con la camisita y el juboncito, con su bor- dadura J. H. S., al centro (*). Estas tiernas demostraciones, como premio a la sen- cillez de su hermosa alma, dan la medida de aquella an- gelical infancia de Sor María Ana. Una día le dijo su Director: «ya se ve que no acaba de ser niña, como el Santísimo Niño». A lo que contestó con mucho gusto: «Tiene razón, Padre.» Decía ella, que en aquella niñez «estaba interiormente toda en Dios». Era preciso un mandato de la obediencia o el contacto del (Y Anotaciones de su Director de entonces, D. Policarpo del Barco.

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