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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 201 Quisiéramos comprobar con algunos hechos esta bella condición de nuestra biografiada, ¿pero cómo conten- tarnos con espigar en vida tan tejida de sencilleces al- guno que otro hecho solamente? Veamos dos muestras por donde se echará bien de ver el candoroso espiritu de Sor María Ana, heredera de la sencillez seráfica en altísimo grado. Cosía un día una camisita al Niño Jesús, cubanito ('). Lo tenía metido en la urnita; mas Sor Maria del Pilar, Maestra de novicias, oía decir a Sor María Ana, ha- blando con Jesús: e¡alr, no! mira, yo no te puedo coger ahora, que tengo que coser». A poco notó la misma Ma- dre que la esculturita se ponía de pie y se movía, enca= minándose hacia ellas; al verlo, Sor María Ana excla- mó: «Cielito, con tanta luz como hay aquí, ¿cómo haces esas cosas?» y lo cogió. Esta filial confianza y cariñoso trato con el Niño Je- sús era constante, como veremos. Asistamos a un hecho que parece recogido de un có- dice de la Edad Media, cuando la sencillez seráfica dejó tantos monumentos de su:maravilloso poder: Había en el jardín tres gallinas con sus pollitos, cuyo alborozado piar, correr y volar impedía los contasen 4l- gunas religiosas que lo deseaban. Llega Sor María Ana y, en nombre de Dios, los llama, y al instante, como si gozaran de perfecta razón, se ponen en hilera perfecta para dejarse contar. Unido a este, hallamos otro hecho gemelo, del mismo matiz sencillamente seráfico: Trajéronle un día de Pas- cua, como regalo, un corderito, y apenas el pobre ani- (1) Lo llamaban y llamaremos así por haberlo traído ella de ol y para diferenciarlo de otros santisimos Niños de que se ha- ará.

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