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q 200 LA PERLA DE LA HABANA Nuestra ilustre capuchina no tenía más que esta idea, simple también y fecunda: «todo por Jesús y para Jesús», No reflexiona ni se preocupa inútilmente ni acerca del pasado ni acerca del porvenir, sino sólo del presente, «de agradar a Dios»; ni le importa el infierno ni la preocupa el cielo, sólo la preocupa y le importa el beneplácito de su Dios. Si tuviese que bajar al infierno para cumplirlo, bajaría con igual contento que subiría al cielo para alli realizarlo... No formaba proyectos de ninguna especie; se deja regir y gobernar en cada momento interior= monte por el espíritu de Dios y exteriormente por la voz de la obediencia... No hay malicia en sus acciones ni pa- labras, porque no obra jamás con torcida intención..... Despojada por completo de su propia prudencia, se re- vistió de la prudencia de Dios... La dependencia de esta divina voluntad en que vive su alma es tal, que no se atreve a dar un paso, al menos conscientemente, sin que vaya regido y aprobado por el querer divino, manifesta- do por la voz de la obediencia... En ella no cabía doblez. Lo que dice eso piensa, lo que ofrece quiere darlo, lo que promete tiene sincera voluntad de cumplirlo..... Tanto más conmovedora y atrayente se manifestaba cuanto menos tenía de estudiada. Reservada por temperamento y hábito, en lo que atañía a las cosas de su alma, decla- rábalo todo con la mayor ingenuidad, lo bueno y lo malo, a la menor indicación de la autoridad... Precisa- mente, el encanto de la niñez proviene de esa carencia de artificio en todo... No se prefería en nada a las de- más, a pesar de sus grandes cualidades, porque estaba intimamente convencida de que si Dios la abandonara caería en los mayores crímenes... El sentimiento de su debilidad era el principio de su fortaleza, puesto que ha- bía puesto en Dios toda su confianza.

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