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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 199 embelleciéndose y llenando de encantos; ni es posible formarse ideal cabal de esta santa infancia, sin haberla antes practicado en mayor o menor escala. Es un don de Dios preciosiísimo, y no podemos adquirirlo con solas nuestras fuerzas e industrias, sino que se requiere que el mismo Dios nos lo comunique como premio a nuestra virtud... Á veces nos pasmamos de ciertas sencilleces casi excesivas de los Santos; pero son como los niños, que no saben lo que es previsión ni malicia (*). mu Nuestra admirable capuchinita gozaba de este don en una medida verdaderamente seráfica... Tenía detenidas todas las operaciones que podían torcer su dirección de espíritu; tenía como suprimida esa multitud de razona-= mientos y reflexiones que hormiguean sin cesar en el alma y que tienden a desviarla de la rectitud y simplici- dad con que debe ir en pos de Dios: reemplazólas con operaciones sencillas directas, inadvertidas tal vez a la misma alma, habituada como estaba a obrar y pensar con la rectitud más pura de intención... Como la piado- sa Gemma Galgani se firmaba «la pobrecita Gemma toda de Jesús» (*), así Sor María Ana no pensaba sino en hacer todo en Jesús y para Jesús: Sólo Jesús. Todo lo buscaba en el divino beneplácito sin tener en cuenta para nada sus gustos, y esta es una de las más bellas propiedades de la ¿infancia espiritual: vivir siempre en el regazo amante de la Providencia como el hijito en el de su madre. Dios no tiene más que una idea infinitamente simple... ( P.Gron, ib. (*) «Cartas», en italiano, por el P, Germán, pasionista.

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