BCCPAM000R09-1-20000000000000

198 LA PERLA DE LA HABANA Debemos admirar en esto el poder de la gracia y el mérito de la vida inocente que nos devuelve la primera soberanía y el dominio del alma sobre el cuerpo, hacién- donos infantiles hasta en la edad más provecta y en la más madura ancianidad. ¿Qué cosa más candorosa que la virtud de una alma enteramente entregada a Dios? En ellos no hay falsedad ni dolo; se transparenta su interior en sus palabras y obras desarrollando una psicología bien singular y bien llamativa, pero totalmente en ar- monía con la verdad... La paz y la alegría son patrimo- nio de tan bella condición. Aunque en los Santos encon- tramos la misma variedad de psicol ogías que en los hombres comunes, todos tienen este reflejo de la verdad de Dios, como todos los seres que, si bien difieren por uno u otro modo, han sido, no obstante, creados por Dios con el mismo amor. Aquella expresión de Jesucristo: «Dejad a los niños que vengan a mí y no se lo estorbéis, porque de los que se asemejan a ellos es el reino de los cielos» (0); y la co- rrespondiente a ella, que aparece en S. Mateo: «En ver- dad os digo que si no os volvéis semejantes a los niños (en la sencillez e inocencia), no entraréis en el reino de los cielos» (*), quieren decir que quien desee poseer en sí el reino de Dios, es preciso que sea en sus disposicio-= nes sobrenaturales lo que es un niño en sus disposiciones naturales: es decir que, así como hay una infancia natu- ral, así hay también otra que podríamos llamar infancia espiritual (*). Pero aunque esta condición aparece como el primer paso en la vida interior, progresivamente va (1) Marc., X-141. () Mat., XVIL-2, (2) P. Gron., «Almas interiores», p. 300,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz