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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 195 social. En medio de sus penitencias personales y austeri- dades propias de la orden, fluía por todo su ser una apa- cibilidad tan sencilla y una sencillez tan apacible, que era el embeleso de la Comunidad; cun una particularidad, empero, y es que el ambiente peculiar del clima cubano, a que a veces responde por desgracia en sus habitantes la sensualidad y la molicie, convivía en ella hermanado con las prendas regaladísimas de un espirit 1 seráfico que da a sencillez el don de la sinceridad, como el rubi que encierra dentro del estuche primoroso el valor que tiene en el aprecio del dueño. La sencillez es la naturalidad, la ingenuidad es un pri- vilegio de almas nobles que no encierran ni dolo ni mentira. Puede uno hacer milagros, vivir del aire y mostrar los estigmas del Salvador; pero si en él se des- cubre una sola vez el disimulo, está juzgado para todo hombre serio... En este sentido la sencillez es patrimonio de todos los Santos, porque el Espíritu Santo huye de to- do disfraz (!). El corazón dividido o doble, no es acepto a Dios, Ningún director razonable querría encargarse de la dirección de una alma si no la hallaba dispuesta a de- clarar la guerra a toda falta de sinceridad y a todo ar- tificio de lenguaje. No condenamos aquí el disimulo de que a veces hasta los Santos usaron para evitar un mal lance, sino del disimulo hipócrita y falaz, careta del es- píritu y caricatura de la virtud. ll La infancia: ved ahí a lo que reducimos la sencillez. Nos deleitamos con la lectura de Jouiville, Enrique Suson y, sobre todo, con las sabrosas narraciones de (1) Sap. 1-5. | | ,

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