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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 193 y todos escribieron con su estilo propio. Asi todos los Santos tienen su carácter peculiar. Sobre la montaña de la Transfiguración apareció el Señor entre Moisés y Elías, y ambos brillaron con el mismo esplendor y ambos estaban igualmente cerca del Santo de los Santos. El priméro es el más manso de los hombres (*), el otro es el hijo del fuego, que hizo quedasen devorados por el fue- go los desgraciados mensajeros que le habian tratado sin respeto (*). Millares de Santos rodean el trono del Cor- dero; todos le han copiado; todos se han formado según El; pero todos lo han hecho de diferente manera, y no sólo tratando de asemejarse los unos a los otros en san- tidad, sino ¡cosa admirable!, haciéndose santos, unos de una manera, otros de otra, cada uno según sus prefe- rencias (*). Forman el más grande cortraste: a todos anima el mismo espiritu, pero tan diferentes como sus naturalezas han sido los medios empleados para per- feccionar aquel espiritu (*). Mientras San Hilarión no lleva sobre su cuerpo más que un vestido sucio de pe- nitencia que causa miedo, San Felipe Neri, aborrecía de corazón todo desorden y toda suciedad exterior, par- ticularmente en los vestidos (*). Nuestra Sor Maria Ana, tal vez hubiera dejado de ser lo que fué, lejos de un ambiente seráfico, sencillo y de- licado... En medio de la austeridad capuchina se acor- daba siempre de la decencia y limpieza, como Santa (1) Enmer. Xl[-3, () IV Reg. 1-12. (*) San Bernardo, In. Fest. omu, Sanet. 8. 5-1, (4) Weiss. Original, no copia. 4) Barnabeus, Vida de San Felipe Neri. 21-278, (Bolando:.) | | l j

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