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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 191 que la gracia esparce, como el perfume al quebrarse un vaso de nardo y de esencias. Esto no solamente tiene realidad en Santos como San Ambrosio y San Francisco de Sales, a quienes, por su educación, podría creerse que fueron más acce- sibles que otros a cierta delicadeza de trato y de mo- ral..., la tiene también en todas las almas que practican de corazón el servicio de Dios y del prójimo..... Nuestra Sor María Anita, educada en un medio tan culto, no per- dió sus delicadezas dentro del claustro..... El encerra- miento absoluto de las capuchinas, su completa sepa- ración del mundo y el alejamiento de toda mundana conversación no indispensable, harán sospechar, acaso, que dentro de aquellas rejas se olvidaron los deberes so- ciales... No; la virtud, aunque no sea otra cosa, es muy sociable, y ella une y hermana muchos corazones de tem- peramento y condición distintas. Del ilustre Padre de los monjes, San Antonio, cuenta San Atanasio que su largá estancia en el desierto, ocupado únicamente en luchar con los demonios, en nada había alterado ni su sereni- dad encantadora ni el cautivador embeleso de sus rela- ciones (!). Las almas santas saben que, a pesar de ser tan austera la vida de la cruz, es un deber de los cristianos el buen talante (*), la amabilidad en el trato (*), el buen humor en los recreos, la cortesía (*), la decencia en el vestir y en la postura del cuerpo... (2) Vita Sant. Ant., 4-24; 16, 89, (Bolandos Palme, 2 de enero 489- 499.) (2) 8, Tomás, 22%, q. 145. San Francisco de Sales, «Filotea», 3, 27, Humberto, «In regula 8. Agust.», pág. 5 (*) Eutropelia $. Thom., 2,2% a 168 a 2, Vignerio Justit, Theol. Cc. 785, verit, 12. (*) Urbanitas. Salmatic. Cur., Theo].
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