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190 LA PERLA DE LA HABANA derramado sobre la vida una unción tal, que en las cla- ses más elevadas y en las más pobres se distingue la vir- tud por su mansedumbre y dulzura... Ha excedido con mucho al humanismo helénico y a la formación pura- mente exterior que se le da en nuestros días. Un autor bien conocedor del mundo y de la historia de Santos, ha podido escribir: «donde la formación cristiana se presenta bajo un exterior no muy atildado, aun allí (su- ponemos que interiormente domina el verdadero espíritu) se halla algo de cordial y de delicado, algo de sólido, de natural y vivo que ella posee y que enajena los corazo- nes mucho mejor de lo que podría hacerlo cualquiera otra formación puramente mundana» (*). La virtud, unida a la dignidad personal, hacía de Sor María Ana un ser tan naturalmente simpático y atrayen- te que no era posible tratarla sin dejar de amarla..... La gracia y la dignidad eran en ella como el sello de las for- mas exteriores, de las buenas relaciones y de su brillante educación... Era luz que, lejos de detenerse en la super- ficie a iluminar los lados exteriores, penetraba profunda- mente en el corazón y en el alma... En aquella su verda- dera y amable belleza guardaba ese perfume de amor, que se elevaba de su corazón como el aroma del cáliz de una flor... Así daba a los que tenían la dicha de tratarla el sentimiento de la vida espiritual que en ella se encon- traba y palpaba tan abundantemente..... Su virtud, bro- tando del fondo del alma, tendía a ennoblecer la vida común y a embellecer las costumbres... Así como se ve- rifica la aproximación social de los hombres por medio de la caridad cristiana, así se realiza la aproximación de las almas con Dios por medio del atractivo y encanto (1) Weiss, «Deberes sociales», pág. 31. il y

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