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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 187 vuestra voluntad; esto quiero, esto deseo: no tardéis más, Jesús mío. ¡Viva la cruz! ¡ Viva el padecer!» (*) Conceptos regaladisimos de una verdadera esposa de sangre. El encanto y candor que destilan, da bien a en- tender la sinceridad con que brotaban de aquella alma amarrada, cosida, enclavada a la cruz por el amor al dolor. En varios escritos suyos que tenemos a la vista, se le escapa de continuo la frase de «más penas, más cruces». Insaciable por la sed devoradora, nunca se hartaba de sufrir, «Quiero estar crucificada con Vos; sí, sí, amado bien mío». Otro dia escribía en otro papel, a vuelta de afectos de- licadísimos, como aroma de las flores del calvario: ¡Viva la cruz desnuda! Viva el puro padecer! Digasenos, si alma que llameaba tan vivamente no es- taría consumida en una hoguera de amor de esposa de sangre, hacia el Esposo crucificado. En una dulce plegaria dirigida a la Virgen, le decía: ¡Oh Virgen Santisima, Madre mía, de piedad y miseri- cordial Impetradme esta gracia de ser crucificada con mi crucificado Esposo. Ya lo hemos visto cómo este adorado Esposo la asoció a su Cruz y la hizo particionera de sus sufrimientos. Nue- vamente tendremos que tocar este punto cuando hable- mos de sus relaciones con los misterios de la pasión. Alma tan pura y sacrificada, era víctima acepta a Dios muestro Señor, por muchos pecados... Solamente tenien- do delante estas sublimes visionarias y enamoradas de la cruz puede el Señor sostener su brazo en alto sin des- cender a castigar con horrorosos castigos, como merece, (y) Autógrafos de la Sierva de Dios. A $ ' 1 5 n ñ E nl
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