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PO 2 A A ca G A E AN o Dre: Ar 2 DE O a 186 LA PERLA DE LA HABANA vió ninguna, pero sé que muchas veces la tenía abierta y echaba mucha sangre.» (*) En esta sencilla e ingenua narración no cabe enga- ño... La gracia de la impresión de las llagas está confir- mada con juramento, y ella prueba la altísima abnega- ción y desnudez de sí a que llegó Sor María Ana, sin la cual no hace Dios tan soberano favor. Un suceso que acotamos del mismo manuscrito hará ver cómo la sangre florece en aquella invicta esposa de Cristo. Recogía ella cuidadosamente la que corría de la llaga del corazón; un día fué a echarla al jardín, junto al tronco de un naranjo y alli mismo brotó de modo mila- groso una palma. ¿Sería símbolo de las grandes victorias alcanzadas contra sí misma antes de merecer tan seña- lado beneficio? También podía significar lo agradable que era a Dios aquella vida de cruz, de puro padecer, que nuestra humilde monjita practicaba. Para mejor comprobar nuestras afirmaciones, res- pecto a este amor al padecer, reproduzcamos alguno que otro pasaje de unos escritos humildísimos y pobrisimos que se le encontraron después de la muerte. Dice uno: «Corazón de mi corazón, cuándo traspasaréis con las pe- nas, de parte a parte, este vuestro corazón? Ea, vaya, Jesús mio; he aquí el corazón, y toda yo deseo daros gus- to y sé que estáis contento cuando vuestras esposas pa- decen por vuestro amor. Yo penas y cruces deseo para contentar a Vos, mi sumo bien, Dios mío. ¡Oh cuán agra- dables son las penas! Ea, amado Esposo mlo, conten- tadme con cruces y tormentos. Con tal que esta sea (1) De este suceso tenemos también autógrafo de su Director de entonces, D. Policarpo Bareo.

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