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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 179 padecer por Cristo que se la ofrecían, contestaba: «¡Ay, Padre, que eso no me hace sufrir! Yo quiero puro pa- decer, y no puedo. Quisiera no gozar en nada, pero no sé cómo es que en todo me pone Dios un placer muy grande. No quiero gozar; quiero puro padecer, y no puedo». ¡Dichosa alma!... admirable santa!... gemela de la que decia padecer y no morir!..... Abre tus senos de amor; la cruz te los llenará colmadamente... Serás esposa de sangre... nu ¡Cómo quedan confundidos aquí ese afán de orgías y de placeres de las almas carnales! ¡Cómo insulta el vá- lor y la energía de esta virgen sufrida la cobardía de tantos cristianos, que ni aun el dolor preciso a la peni- tencia pueden soportar! Ellos aprendieron de los griegos la crudeza de la sabiduría carnal (1), como llama S. Pa- blo, con frase gráfica, a los amadores del mundo y al afán de placeres... Date a una vida cómoda... no te prives de placer alguno... procura que cada goce contenga toda la mayor dosis posible de dulzura... He ahi poco más o menos los tres mandamientos, según los cuales han or- ganizado su vida... Los defensores del Humanismo, los que se proclaman maestros de la verdadera civilización, dicen con Rustem: «Goza mientras puedas, piensa que la fábrica del mundo es perecedera y que, una vez baja- do a la tumba, echarías de menos los placeres con que te has destetado aquí abajo» (*). Siempre ha habido personas dadas al placer; pero en nuestros días el placer se ha formado una escuela y un (1) Rom. VILUL, 6. (2) Schack. Feridusia Heldeusagen, 10-12, p. 252.

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