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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 177 violencias y tenía que vomitarla hartas veces... Pero en la mesa de la cruz todo se le convirtió en manjar de- leitoso, tanto mejor cuanto más desabrido y penoso le era... Por mucho que las religiosas la preguntasen qué cosa le apotecia más en sus horas de desgana y enfer= medad, nunca lo supo decir... muy contenta y feliz con que supiese todo a eruz y a amor. Pero ardiendo siempre por verse sacrificada con Cris- to alimentándose con la mortificación, se metía alfileres entre las uñas de los pies para que al andar la atormen- tasen... De la misma suerte practicaba otro género de suplicio en su carne... Cuando se disciplinaba era tan fiera y dolorosamente, que teñíase de abundante sangre, lo mismo que los cilicios que usaba. Su celda estabu salpicada de aquel delicado licor de su cuerpo, que tanto coraje daba al demonio, los cuales en- cendieron una hoguera en dicha celda produciendo tal humo, que la enfermera no podía entrar a apagarla, Al fin se consiguió extinguir el incendio, y declararon los enemigos, por orden de Dios, que lo habían hecho para oscurecer la sangre de que estaba teñida la pared, efec- to de las terribles disciplinas de su enemiga (*). El castigo que la Sierva de Dios imponía a su cuerpo debió purificar muchos corazones y expiar muchos pe- cados, porque por los suyos no necesitaba macerarse no habiéndolos cometido. Sin embargo, llamábase la peca= dora mayor del mundo, al estilo del Serafín de Asís, que, sin haber empañado su alma con pecado mortal, tratá= base como si fuese el último y más abyecto pecador (*). 1 (') El manuscrito de que tomamos este apunte advierte que los demonios nunca la llamaban por su nombre de Sor María Ana. 2 n A E ( ) Esta manera de pensar en los Santos proviene de que ellos Consideran que para ser bueno no basta que Dios los aparte del mal

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