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A e ES o ci PP A A A A IR A A 176 LA PERLA DE LA HABANA constar, que tenía que andarse con mucha cautela si se la quería sorprender en tan espantosas operaciones de mortificación, a mi ver, casi sin ejemplo en la histo- ria corriente de los Santos. Los casos que aquí señalare- mos, son para dar una idea de aquel espíritu penitente. Las refitoleras o encargadas del comedor, suelen de- positar en una zafra las espinas de los peces y todo lo malo o sobrante que no se puede utilizar; Sor Maria Ana tomaba de ahí ocasión para mortificarse, relamiendo las espinas que habían estado en la boca de otras religiosas, acompañando bonitamente esta repugnante acción con unos buenos improperios que se decía a sí misma, saca- dos del vocabulario de su profundísima humildad... Lo propio hacía con el agua en que se había lavado su com- pañera con jabón... Pidió permiso para hacer esto siem- pre, pero no se le concedió sino cuando el agua no es- tuviese enjabonada... Deliciosos ratos pasaba Sor María Ana con estas mor- tificaciones pensando en su Jesús, bebiendo hiel y vina- gre en la cruz. Si comían alguna vez gazpacho, y la otra novicia dejaba el caldo, apresurábase ella a vaciarlo en su escudilla y beberlo... Si tenían que hacer alguna lim- pieza, ella, que nunca se dedicó a tales menesteres, em- pleaba sus lindas manecitas para todo, hasta para recoger la más asquerosa basura (*). Había pedido a Dios que toda la comida le supiese a paja, y después pidió que le supiese a hiel... Debemos advertir que era tan delicada en comer que, al principio, la pobre alimentación de capuchinas la producía muchas (1) Senos dispensará fijarnos en estos datos, más que algo re- pugnantes; pero los aducimos, omitiendo otros de más fuerte color, para excitar la admiración en medio del contraste que ofre- cen con su pulcera educación.

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