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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 171 al decir que el amor a las riquezas no es un vicio de los sentidos, sino del espíritu, porque le hace ser su esclavo, y no busca, en definitiva, sino su satisfacción... Para inspirar al hombre el temor a ese pecado, dijo el Salvador: «¡Ay de. vosotros, ricos, pues que tenéis vues- tro consuelo en el dinero!» (*) Nadie hay más injusto que aquel que ama el dinero. Hombre tal, hasta vendería su alma (*). No se nos trate de exagerados con el mundo y con la sociedad. No se nos diga que hablamos de este modo porque estamos di- worciados de él. ¡El afán por la fortuna!, dice Leroy- Beanlien, he aquí el espectáculo que ofrecen, casi por todas partes, nuestras sociedades occidentales... Para la mayor parte de los padres la educación misma no es más que un correr, ante esa stecplechase, a la fortuna (?). Asi la parte delicada del corazón se atrofia...; en el egoísmo lleva el germen de la violación de la caridad..., y vienen, además de las apostasías religiosas, las con- vulsiones sociales. No se nos objete que la conducta de los Santos, renun= ciando a todos los bienes, es una obra antisocial, contra= ria a los progresos de la vida... Los Santos han escucha= do a Jesucristo (*), que ha recomendado la renuncia de las cosas del mundo y la práctica de las obras de mi- sericordia (*); de suerte que, a veces, pudiera creerse que no se puede alcanzar de otro modo la eterna salva- ción... El desprendimiento completo de toda posesión» (1) Luc., VI-24, (*) Eceli., X-10. wd E e de 1' Argent, «Royue des Deux Mondes», CX XII, (% Lue., XIV-33, (') Math., XX V-35. Jac., C-97.

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