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170 LA PERLA DE LA HABANA mundo tan sibarita y avaro, nos obliga a bendecir a Dios, porque todavía nos deja elementos en cuya virtud puede esperarse una restauración cristiana obrada por misericordia divina. Contra los esfuerzos siempre renacientes de la sed de oro, se levantan esas casas de pobreza voluntaria como una protesta y como una lección. Con razón llamó S. Pablo a ese extremado afán de di- nero vicio idolátrico ('), pues, una vez apoderado del co- razón, el desgraciado esclavo suyo adora todo menos al Dios verdadero enclavado en la cruz. Nuestra sociedad, sólo en dinero piensa; no obedece sino al dinero; toda su confianza y todos sus afectos los tiene colocados en el oro. Por el dinero lo sacrifica todo, hasta su entendimiento y su ciencia; y eso no pue- de menos de llevarnos a la ruina y excitar las iras de . Dios. Los que nada tienen, ni nada quieren, contentos con poder llenar las necesidades de la vida, expían, di- gámoslo así, con ese sacrificio los pecados de los que tienen y quieren todo. Dios ha dispuesto así el equilibrio de las cosas. Si junto a los avaros insaciables no hubiese pobres voluntarios, la justicia divina se vería obligada a acabar con el mundo..... Entraña una profunda filosofía aquella máxima de Jesucristo: Nadie puede servir a dos señores (*), El hombre debia tener sobrada conciencia de su in- dependencia para que el acto de poseer un puñado de tierra no bastase á hacerlo feliz. Sin duda, Sto, Tomás (?) dirigió una profunda mirada al fondo mismo del hombre () Eph. X-5. Coll. T11-5. (2) Math., VI-23. (%) Thom., 2, 2e,q. 1184 6. A

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