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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 169 ta, cuyo ruido, al sonar en el suelo, asustó a la tornera... Sor Maria Ana exclamó: «No les decia yo que tuvieran fel» «Este caso la hemos presenciado, dice el manuscri- to, nuestra Rvda. Madre, Sor María Asunción, Sor Ma- ría Verónica, Sor María Perseverancia y Sor María Paz, y lo podemos jurar.» Aquí vemos verificada la máxima: No faltéis a Dios, y Dios no os faltará jamás. Porque este caso se vepitió varias veces en trances en que las pobres religiosas no tenían en casa dinero para pagar lo que aquel día nece- sitaban las enfermas. 111 Como comprobación del amor de Sor Maria Ana a la Regla y a la pobreza, relataremos un hecho nada más, tomado del citado manuscrito: Existía en el convento de capuchinas de Plasencia una costumbre, que podía sn- ponerse infringía algo el espíritu de la Regla; era la cos- tumbre de arreglarse las pobres sandalias de modo que ya más bien parecían zapatos que sandalias. La obser= vantísima y auslera Sierva de Dios, en su grandisimo amor a la pobreza, pidió a la Madre Abadesa, de rodi- llas y por amor de Dios, licencia para llevar sandalias en el estrecho sentido de la Regla: una suela de cáñamo con dos tiras como dos dedos de anchas por delante. La La buena Madre Abadesa, temiendo la hiciera daño, no la autorizó la primera vez; pero insistió de nuevo aquella gran discípula del seráfico Padre, y fué la res- tauradora del uso de las pobrísimas y penitentisimas sandalias, En la actualidad las llevan todas las monjas, a ejemplo de la Sierva de Dios. La cjemplaridad de una Comunidad como ella, en un

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