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| “ M A A 168 LA PERLA DE LA HABANA maba su alma a los pies de Cristo desnudo y pobre! Aquella cruz era el libro donde aprendía la altísima sabi- duría de la completa desnudez... En la religión más po- bre fué la más pobre de las religiosas... Cuando se la obligaba a usar alguna cosa que no estuviera conforme con su corazón enamorado del tesoro de la pobreza, ofrecía a Dios aquella mortificación en desquite. Con ser tan dura y pobre la Regla capuchina, sólo pe- día a Dios la gracia de cumplirla. Sor María Rosa le oyó exclamar en un éxtasis: «Señor, la santa Regla». Sor M. Perseverancia testifica: «Estas palabras se las hemos oído casi todas en muchas ocasiones; decía: yo no quiero esas cosas, sino guardar la santa Regla, la santa Regla»; y repetía: «no me deis, no, esas cosas; si es «vuestra santísima voluntad, la santa Regla» (!). En aquella santa casa, la Regla era observada admi- rablemente y la pobreza era un tesoro, porque con ella tenían las llaves del poder de Dios. Un dix que se necesitaba un poco de aguardiente para una enferma, no se pudo haber. Sor María Ana, que era enfermera, sc sonrió ante aquella prueba de pobreza; pero, llevada de su espíritu de Dios, cogió una botella, la llenó de agua del caño de la fuente, y... el agua se con- virtió en aguardiente, con que se remedió la necesidad (*). Otro día, la primera tornera, Sor María Asunción, fué a decir a la Madre Abadesa que no había dinero para com- prar lo necesario... Sor María Ana, que estaba presente, le dijo que no se apurara, que tuviera fe...; al volver al torno en compañia de la Madre y de la Sierva de Dios... rodaron por encima de Sor Asunción cinco duros en pla- (1) Manuscrito del convento de Plasencia, pág. 44. (2) Manuscrito del convento de Plasencia, pág. 68.

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