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166 LA PERLA DE LA HABANA tener orden de Jesús, como la simpática Teresita del Ni- ño Jesús, de no reclamar ni aun lo que la pertenecía..... «Esto debiera parecerme natural (*), puesto que, en reali- dad, nada me pertenece propiamente; debo alegrarme cuando la pobreza, de que hice voto solemne, me deja sentir su desnudez.» A tanto llega en los Santos este desprendimiento de todo bien que no sea Dios, que han llegado a decir que el desapego y desnudez debe abarcar tanto los bienes de la tierra que los del cielo. Ni unos ni otros son nuestros, ni unos ni otros valen tanto como Dios... Nuestra admirable Sor María Ana decía mil veces que contenta viviría en el infierno, lejos de los goces del cie= lo, para amar mejor a Jesús y ser más absolutamente suya, si fuese esta la voluntad del Altísimo. No nos edifi- caba poco este lenguaje a los que tuvimos la dicha de conocerla y tratarla algo... El «quid mibi est in-coelo et ad te quid volui super terram, Deus cordis mei et pars mea Deus in aeternum», estaba grabado en su corazón como con punzones de diamantes... Eso nos recordaba, y nos trae ahora a la mente, aquel sublime arrebato de amor del enamorado de la pobreza: «Dios mio y todas mis cosas», Deus meus et omnia. Mas los pensamientos profundos y personales, los des— tellos de la inteligencia, las centellas ardientes del cora- zón, forman como una riqueza a la que uno se pega como a su propio bien, que nadie tiene derecho a quitar- le Para Sor María Ana, nada era propio; al momento que se le ordenaba dejar aquello que más propio y perso- nal podía ser, lo hacía sin vacilar. Recibió, como la ilus- tre carmelita antes citada, la «gracia de no estar más (1) Artículos para la causa de Beatificación de Sor Teresa del Niño Jesús, pág. 64. o

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