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AR LA PERLA DE LA HABANA La insaciable sed de oro no existiría en el hombre si no estuviese alimentada por el orgullo y por la avidez de los goces; tampoco se comprenderia esta sed de pobreza en nuestra Sierva del Altísimo y en los Santos, si en ellos no existiese ese afán sagrado de abnegación, de sufri- miento, de pureza y de puro amor de Dios. El caso dolo- roso de la psicología humana es que cuanto más vacio producen en el alma tales pasiones, mayor es la sed de riquezas... y el caso sublime de la psicología de los San- tos es que cuanto más se llenan de Dios y de las virtu- des, quieren menos la posesión de los bienes materiales... De aquí ese fenómeno lamentable de que, según crecen los años y crecen los atractivos carnales, la avaricia cre- ce y aumenta, siendo en la vejez la única pasión a la cual se hace sensible el corazón... Al contrario que en los Sier- vos de Dios, que cuanto más se acercan a! ocaso de la vida y más cercanos se ven al sepulcro, mayor afán sienten por guardar absoluta fidelidad al tesoro de la pobreza..... El afán de oro debiera ser el vicio más ajeno del hombre y es la ocupación constante de los mundanos. La verda- dera ciencia está en los Santos, y es que, con la pureza de corazón, han visto mejor a Dios, y en El han apre- ciado todas las cosas. Si el amor a las riquezas es el lazo que encadena a la tierra al hombre caído, el amor a la pobreza es lo que forma a los Santos, encadenando a los tesoros del cielo al hombre regenerado... El primer amor es el móvil que hace a uno capaz de todos los crimenes; el segundo capacita al hombre para todas las virtudes y generosos arranques del espíritu. La avaricia, mediante todas las atracciones de la pasión, es el medio principal que impide al alma entrar seriamen- te en sí y volver a Dios... La pobreza, con todas sus con- secuencias, es el medio mejor para practicar la vida
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