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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 163 sido otra Isabel de Hungria por la caridad ejercida con los pobres. En la Orden capuchina fué otra Verónica de Julianis por el desprendimiento y pobreza que practicó. Buscaba lo peor en todo, salva la obediencia, que no la consentía muchas veces tanta abnegación. Pero mien- tras para sí buscaba lo peor, para sus Hermanas buscaba todo lo que, según las reglas de la caridad y de la obser- vancia, le era posible. Mientras todo lo que hay en el mundo se reduce a la concupiscencia de la carne, a la concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida (*), lo que se ama y busca en la Religión es la desnudez de todo... Los dos móviles, propiamente dichos, que empujan al mal, son el orgullo y la sensualidad, que no se pueden fomentar sin la riqueza y la abundancia... Los dos motores que empujan el alma hacia Dios son la humildad y la pureza, que se fomen- tan prodigiosamente por medio de la pobreza. El hom- bre de mundo para todo cuenta con una cosa: la tierra, sus tesoros... El alma santa para todo también cuenta con su tesoro: la abnegación, la pobreza... Tanto es más rica cuanto más pobre se ha hecho voluntariamente. Es el único medio con el cual espera apagar su sed inextin- guible de Dios... Cuando estamos vacíos del mundo nos llena Dios, y tanto más cuanto mejor nos hayamos des- nudado de lo que es tierra... A medida que el corazón va dejando los tesoros de la tierra, le van llegando los teso= ros del cielo... Unicamente a título de pobres podremos heredar el reino de los cielos... Si la riqueza es el auxi- liar puesto al servicio de las dos grandes enfermedades de la época, el orgullo y la sensualidad, la pobreza es Ja llave con que se abren los cofres de Dios y es la cédula de nuestra legítima del reino inmortal. (') Joan, 11-16. EE E

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