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SOR MANÍA ANA DE JESÚS 159 puso. ¿Cuál seria la razón? No lo sabemos. Por de pron- to un ejercicio de virtud muy excelso en nuestra Sor Ma- ría Ana y una humillación bien profunda. Pero no le achaquemos a ella la causa; elevémonos a los juicios de Dios; ella llamaba, entre sollozos purisimos, al santo Prelado para enterarle de cuanto le ordenaba escribir, no por el placer de comunicárselo, que esto la mortifica= ba horriblemente, sino por no perder el mérito de la obediencia—que no lo perdió de hecho por estar firme su voluntad en cumplirla—y por evitar a su amada Co- munidad los días negros que ella veía venir (*) ¡Oh, dichosa virgen, descansa ya tranquila en el seno de Dios! Fuiste dos veces mártir de la obediencia: por el deseo ardentísimo de llenarla, y por la impotencia de no poderla llenar. Dejemos de hacer otros comentarios sobre el caso; dejemos a Sor María Ána en posesión del tesoro de la santa obediencia Antes, empero, de poner mano en otro capítulo, recor- demos que aun para las cosas que Dios iba obrando en ella pedía permiso a la Madre Abadesa, porque así se lo mandaba a veces Nuestro Señor, y no se verificaban mientras no obtenía su venia. Vivía, pues, en una obe- diencia ciega (*) y omnímoda, lo mismo en los favores que en las tribulaciones. Cuando el Señor disponía comu- nicarle algún insigne favor, la ordenaba obtener el per- miso de la Abadesa... Esta se lo concedía o negaba y el resultado se acoplaba a su determinación. De modo que Sor Maria Ana mereció el dictado de esclavita de la obediencia. (1) Ya veremos más adelante cómo profetizaba las tribulacio” nes que sobre su Comunidad lloyerían, como Doña Beatriz Silva, fundadora de las Concepcionistas, lo hizo respecto a su Orden. (*) Todo acto de la voluntad debe ir precedido de un acto de poa y go Thom., l, y. 82 2 4ad 8. La inteligencia nquí es la
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