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SOR MARÍA ANA DE JESÚS 157 Deseosas estaban ellas de que se publicasen las glorias de la dichosa Hermana, y más deseosas de que se ente= rase el señor Obispo de lo que la ocurria. Para ello le llamaron varias veces en ocasiones críticas en que podía eonvencerse, con los propios ojos, de lo que corría como veridico de boca en boca. ¡No se hubieran ahorrado po- cos contratiempos y disgustos! Tampoco puede achacarse a la voluntad de la Sierva de Dios, que deseaba vivamente obedecer; y no con poca pena decia al que estas lineas escribe: que su ansia sería satisfacer la voluntad del santo Prelado. Nótese esta expresión; nunca le oí otra, hablando del Sr. Obispo, a pesar de las contrariedades y angustias en que la te- nía metida: «Mí santo Prelado, que venga y le diré to- do, todo lo que quiera.» El Reverendo Padre Julián Yagúe, Director inmediato de la prodigiosa virgen, es- cribiendo al venerable Prelado sobre los asuntos de la misma en febrero de 1902, le decia: Una cosa es lo que no ha podido hacer Sor María Ana, escribir lo que le mandé, a pesar de un ardiente deseo de obedecer y haber cogido la pluma y el papel en el mismo confesionario y a presencia de la Prelada. Fué inútil todo empeño... río hizo sino un garabato mal trazado. Según mi humilde juicio es de Dios lo que pasa en esta humilde Religiosa. Como el Rvdo. P. Superior de los Corazonistas, piensa también el que entonces era confesor de la Comunidad, D. Policarpo Barco, Penitenciario, y el que está bos- quejando su historia. No poca gloria le hubiera resultado a la insigne virgen si hubiese podido, como Sor Teresa de la Faz de Jesús, escribir otra «Historia de un alma» (*). (*) Personas de recio temple, como el protestante Dr. Graut, se han convertido con su lectura,
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