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A AA A AA a A pi LA PERLA DE LA HABANA esa senda por donde caminan las almas superiores; si jamás hemos explorado esa tierra de promisión de los buenos israelitas, ¿cómo hemos de acertar en hacer de guías y en conducir por sus valles y encrucijadas a las almas extraordinarias? No podemos justificar nuestra ig- norancia o pereza en este asunto. A todos interesa el bien de los elegidos de Dios, y para procurarles ese bien hemos sido constituidos maestros de Israel. ¿Acaso nos defenderemos con decir que ellas aciertan con obedecer? ¿Acaso no deberemos temer los descansos inútiles y los retrasos que causaremos cou nuestra poca inteligencia o desacertada dirección? ¿Ni podrá producirnos pena el do- lor inmenso que ocasionaremos a esas víctimas de la obediencia, que, por ser almas de acero o de encumbra- da virtud, tienen que acatar y obedecer nuestro poco sa= ber y menos prudentes orientaciones? La fe inspira en ellas fuerza y audacia suficientes para soportar el marti= rio del corazón. Y esa fe y humildad con que ellas viven sometidas a nuestro criterio, ¿no contrasta con el orgu- llo y la ambición con que nos creemos capacitados para toda empresa, y hasta llevamos a mal la intervención de otras capacidades y de otros espíritus que son llama- dos a contribuir al esclarecimiento de cosas tan secretas y transcendentales? Ni pensemos que con la multitud de obras y escritos que ha invadido el campo psicológico de la mística está todo hecho: «Crece la multitud, mas no el gozo» ('). Bien cabe decir aquí lo que, con otro motivo, dijo un eminen- te apologista: «Cuantos más libros tenemos acerca del hombre, menos se le conoce» (*). Cuanto más se ha es- (1) Isaías, IX-3. (2) Weiss. «La educación del espíritu.»
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